El arquitecto Christopher Maurer es un apasionado de los hongos, pero no en lo tocante a sus aplicaciones culinarias, sino constructivas.
Está convencido de que el uso del micelio, es decir, los filamentos que los hongos utilizan a modo de raíces, es una de las claves. Se trata de un material ignífugo, resistente al moho y al agua y que puede alcanzar una dureza superior al hormigón a igual peso.
Su proceso de fabricación, aunque más lento que el de otras soluciones constructivas como el hormigón, es relativamente sencillo. Basta con inyectar el micelio vivo en un sustrato orgánico para que este crezca y adopte la forma deseada.
Luego, tras un tratamiento de calor para interrumpir el crecimiento se endurece, ya está listo para usarse.
Además, el sustrato puede crearse a partir de desechos de todo tipo, desde agrícolas hasta materiales procedentes de demoliciones. Y no solo eso: el micelio puede adoptar cualquier tipo de forma en función del molde elegido.